Aprovecho que estoy de turno de noche. A todo esto, queridos amigos y
queridas amigas, no os he comentado que en “la fábrica”
trabajamos a turnos todo el año, que llevo tres años y medio
cambiando de horarios cada dos días, que hoy almuerzo a las 4 de la
tarde y mañana a la 1 del mediodía, que hoy me levanto a las 6 de
la mañana y dentro de dos días me acuesto a las 7 de la mañana.
Esta circunstancia, de por sí, hace mella en el cuerpo. A nivel
físico, psicológico y emocional nos afecta. Al no poder tener
hábitos de descanso, de sueño, de comida, aparece el cansancio
continuo, la fatiga, hipersensibilidad...
Mi
situación personal es que confían en mi trabajo, pero mi situación
contractual no cambia desde hace muchos años. Continuos cambios de
contrato de fijo discontinuo a eventual, de eventual a fijo
discontinuo, de fijo discontinuo a eventual, ad infinitum. Esto hace
que en estos tres últimos años y medio no haya tenido vacaciones y,
lo más parecido a ellas, han sido dos semanas que, por sorpresa, me
dejaron parado. La inestabilidad y el miedo a perder el puesto de
trabajo es algo que nunca terminas de asimilar, pero que siempre nos
acompaña. Además, he tenido la oportunidad de denunciar a la
empresa en más de una ocasión para que me hicieran indefinido, pero
la realidad es que denuncias, ganas, te dan cuatro duros y no vuelves
a trabajar allí. ¿Miedo? Pues sí. Y siempre recordaré a los
compañeros Sacco y Vanzetti: “mendigar por un trozo de pan es
violencia”. Tener miedo es violencia y el trabajo va de la mano del
miedo. Eduardo Galeano: “El
hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El
miedo amenaza: Si usted ama, tendrá sida. Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación. Si bebe, tendrá accidentes. Si
come, tendrá colesterol. Si habla, tendrá desempleo. Si camina,
tendrá violencia. Si piensa, tendrá angustia. Si duda, tendrá
locura. Si siente, tendrá soledad”.
Así
que tragas con todo porque es “lo normal”, y no te quejes, que
eres un afortunado y hay miles y miles de personas a las que les
encantaría estar en tu situación. Y, por supuesto, siéntete mal,
pues te estás quejando cuando amigos y amigas están pasándolo
mucho peor. Y al ser un afortunado, por supuesto también, no olvides
dar las gracias a “tu” empresa.
Añade a esto trabajar en una fábrica de la industria, mega
industria, alimentaria, en la que nada de lo que ves, oyes, saboreas,
hueles o tocas es agradable (si tienes un mínimo de “sensibilidad
racional”, claro). En fin, ¡Viva el mal! ¡Viva el Capital! ¡Viva
la CIA! ¡Viva la economía! ¡Viva la producción! ¡Viva la
explotación! ¡Viva la contaminación! ¡Viva la medicación!
Bueno, como os decía, hoy estoy de noche, así que, si me dejan,
puedo sacar provecho al día.
1ª hora de la mañana: Sin noticias de Gurb. Esperando a Godot.
Oficina de Endesa, calle San Cristóbal. 4 personas en el interior,
puertas cerradas, hoja informativa. Oficina cerrada. Diríjase a
calle San Juan de Dios.
Minutos
más tarde. Calle San Juan de Dios. Calle estrecha, aproximadamente 4
metros de ancho de calzada transitable por vehículos a motor. Unos
40 centímetros de ancho de acera. De las puertas de las oficinas de
Endesa asoma una fila de aproximadamente 7 u 8 personas. Puerta. Hoja
informativa. 2 números de teléfono a los que poder llamar. Siempre
caigo. Hace unos meses me llevé horas al teléfono reclamándole su
atención a distintos ordenadores de Orange, ya fuesen personas (cuyo
funcionamiento es muy similar al de los ordenadores debido a su
“maravilloso” trabajo, afortunadas) u ordenadores de verdad que
nunca te dan a elegir la opción que necesitas o no te entienden
cuando hablas. Horas y horas, imposible calcular cuántas, durante un
mes pegado al teléfono. Al mes me di por vencido, y no por falta de
razón, sino por agotamiento. Mi vida, mi tiempo y mi dignidad valen
mucho más que aquello a lo que me enfrentaba, aquellas empresas que
están “salvando al país”. En una de esas llamadas, uno de
aquellos ordenadores, sí que me dio una opción que creí que se
ajustaba a lo que yo necesitaba: “Diga brevemente en qué puedo
ayudarle”. A la que empecé a contarle lo de la casa, el trabajo,
que si habían entrado en mi casa a robar... el ordenador no-humano
me colgó el teléfono. Pensé que de verdad quería ayudarme...
Bueno, pues a pesar de esta maravillosa experiencia, apunto los
números de teléfono y marcho, pese a lo a gusto que se estaba en
aquella acera de 40 centímetros de ancho en pleno verano jerezano.
Siguiente paso. El agua ahora en mi ciudad resulta que se llama
Aqualia. Allá que me dirijo. Hoy, sorprendentemente, no hay muchas
personas esperando a ser atendidas. Más o menos 25 minutos después
me encuentro sentado delante de la persona encargada de transmitir
amablemente lo que “su” empresa y sus jefes dicen.
Me
hace falta el permiso de obras. Permiso de obras, en sí, le digo que
no tengo, puesto que va incluido en la orden de ejecución pendiente
que pesa sobre la vivienda de la GMU. Además, tengo que decir qué
es lo que voy a hacer en la casa, decirle cuántos apartamentos
quedarán tras las obras. “Yo que sé, yo lo único que voy a
intentar es que la casa no se caiga, entiéndame. Una vez que veamos
que no se ha caído, ya veremos qué hacemos. Ya le digo, lo único
que voy a hacer, si me lo permiten, es intentar que no se caiga”.
Me mira, se encoge de hombros, resopla (“¿cómo hago, qué le digo
a este chico que le convenza para que cese ya en su empeño y deje
pasar a otro cliente más que venga a pagar y callar?” pasa por su
cabeza)... “tráigame lo que tenga y que los jefes decidan”. Me
parece lo más normal, todas en nuestro trabajo decimos que los que
más cobran se pringuen y decidan ellos, que “pa eso lo cobran”.
Me da un listado con los papeles, sólo papeles, que me hacen falta
para dar de alta al contador de agua y “puede marchar en paz”.
Siguiente parada, inesperada en la lista de tareas. Gerencia
Municipal de Urbanismo. Deseo hablar con “z” (persona que lleva
la orden de ejecución que pesa sobre nuestra vivienda). "“Z” no
se encuentra y tiene que pedir cita con antelación para poder hablar
con ella, pero antes, tengo que darle número para que pase a hablar
con otra compañera que, a su vez, tome nota de sus datos para poder
hablar con “z”". Es decir, hablo con “r” para que me dé
número para hablar con “s” para que me dé cita para hablar con
“z”. 20 minutos después, me encuentro frente a “s”
explicándole por qué quiero hablar con “z”. “Puede marchar en
paz”. La liturgia de la ceremonia es siempre muy parecida.
Mediodía: Sin noticias de Gurb. Esperando a Godot.
Tarde: Sin noticias de Gurb. Esperando a Godot. Reenvío el texto que abría este diario-blog al programa El Público, de Canal Sur Radio, y al Defensor del Pueblo Andaluz.
Noche: Sin noticias de Gurb. Esperando a Godot.
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